Páginas

jueves, 9 de abril de 2015

Por un futuro sin más Chernobiles y ni Fukushimas

Cuando en la noche del  26 de abril de 1.986 saltó por los aires el reactor nº 4 la central del Chernóbil en el norte de Ucrania, las autoridades soviéticas  perdieron un tiempo precioso en el que podrían haber evacuado a población circundante a 100 km. de distancia del suceso y haber evitado que la población incluida en este radio de acción se viera afectada de lleno por los efectos de la radiación que siguieron a la explosión con la expulsión a la atmósfera del cóctel radiactivo.

Nos dijeron que todo fue una consecuencia nefasta de la decadencia del sistema comunista soviético y su burocracia ineficaz. Esto no iba a ocurrir nunca en el mundo occidental tecnológicamente desarrollado.

El mantra que durante décadas repitió el lobby nuclear de energía limpia, barata y segura se resquebrajó el 11 de marzo de 2.011 al reproducirse en Japón la pesadilla de Ucrania. Fukushima puso de manifiesto una vez más como los protocolos de seguridad y los controles de las instalaciones nucleares se convierten en papel mojado cuando de una u otra manera se produce la catástrofe.

Lo que sabemos a estas alturas sobre Chernóbil, 29 años después del "accidente", no deja de ser la premonición de lo que conoceremos sobre Fukushima dentro de un par de décadas. Al igual que las autoridades rusas y la Organización Mundial de la Salud minimizaron interesadamente el número y el grado de afectados por la radiación, el mortal veneno de los isótopos radiactivos generados tras la explosión, ha hecho que el sur de Bielorrusia sea un laboratorio viviente de mutaciones genéticas y enfermedades asociadas a la radiactividad, -sobre todo en la población que nació y creció en los años posteriores al desastre- en Japón, la compañía TEPCO y las autoridades japonesas se afanan en hacernos creer el mensaje de que todo está controlado, aunque nos informan que tardarán 40 años en desmantelar los reactores dañados, y allí, al igual que en Chernóbil, los núcleos fundidos de los reactores siguen emitiendo altas dosis de radiactividad, y lo seguirán haciendo durante miles de años.



Desde los primeros momentos de la catástrofe, en Chernóbil, hubo personas que voluntariamente lucharon con todas sus fuerzas para intentar mitigar los efectos de la radiación en la población y el medio ambiente. Fueron los primeros “liquidadores”. Luego llegaron los soldados, encargados de llevar a cabo manualmente los trabajos de contención, de “enterrar” el reactor y de la construcción del sarcófago. Aunque las autoridades soviéticas no facilitaron datos concretos, se estima que entre 500.000 y 1.000.000 de personas participaron en estas tareas a lo largo de los siguientes 5 años del desastre.

Oficialmente, el número de muertos fue de dos personas en los primeros momentos a causa de la explosión y unas decenas más los meses siguientes. Se estima que miles de personas han fallecido en los años posteriores debido a la exposición a la radiación en aquellos primeros momentos. Para muchos otros, la pesadilla ha sido la de las malformaciones, las mutaciones, las taras físicas y psíquicas; que a día de hoy siguen siendo la razón de la existencia del Instituto BELRAD en el distrito de Minsk, al sur de Bielorrusia donde la “lotería” del viento llevó las más altas dosis de radiación.

Gracias a personas como Vladimir Babenko que participó en las primeras tareas de contención del desastre y que trabaja desde hace años en el Instituto BELRAD, los efectos y las secuelas del suceso están siendo amortiguados mediante el uso de técnicas desarrolladas en el propio Instituto para detectar el nivel de radiación en el cuerpo, descontaminación de alimentos, etc. así como el desarrollo de fármacos de base natural para la eliminación parcial de esa radiación en el cuerpo humano.

Paralelamente y desde hace años se desarrolla un programa de acogida  temporal de niños bielorrusos en países europeos. Según las autoridades sanitarias, es muy conveniente para estos niños pasar periodos de descanso y rehabilitación lejos de la zona afectada por la radiación, dada la gran capacidad que tiene el organismo infantil para eliminar los radio nucleidos en ambientes no contaminados. En España es la Federación Nacional  de Accion Social con la Infancia Bielorrusa (FEDASIB) la que gestiona y coordina esta actividad y la que organiza la Semana de Acción Europea en nuestro país. Este año 2015 es la quinta edición.

No hay comentarios:

Publicar un comentario